lunes, 26 de marzo de 2007

Un viaje iniciático

Era un domingo por la tarde e iba en el "Costa Azul", camino de Valencia, a reintegrarme al borreguero en el que lastimosamente habría de perder un año de vida.

Una preciosa novia de diecisiete años se había quedado en el pueblo. Con sus ojos brillantes, oscuros e inteligentes -de una nobleza como no he vuelto a conocer-, me había dicho adiós, manteniéndose después en la parada hasta que el autobús se perdió de vista en la curva de la calle Real.

Acomodándome en el asiento del autobús, con su cara en mi cabeza, comencé la cuenta atrás...

Supongo que al poco debí quedarme adormecido y así estuve hasta que mi vecino de asiento se incorporó para abrir la ventana. Al hacer esto entró un poco de frío, acompañado de el penetrante olor al estiercol con el que debían estar abonados los campos por los que en ese momento pasábamos, y algún pasajero así se lo hizo notar.


Él, como respuesta, me dedicó una sonrisa refulgente, animándome a dejar el asiento, cerrar los ojos e inspirar con fuerza para absorver la energía del brillante atardecer que ante nuestros ojos se estaba desarrollando.

El resto del camino estuvimos charlando entre las miradas de estupor del pasaje cercano y finalmente, antes de bajarse, me invitó a que lo visitara.

Creo que aquella gente no acabó de comprender ciertos conceptos un tanto rebuscados: sexo tántrico, no desperdiciar semen, Kundalini y todas esas cosas...

La visita nunca tuvo lugar, "of course"...

Foto tomada del blog Azul Tinta China. Gracias.

miércoles, 14 de marzo de 2007

"El Cuerno"

Ayer encontré mi imaginaria caja de los sueños rotos. Fué tan inesperado como un escalofrío que llegara del pasado. Canciones, fotos, papel de fumar, cartas manuscritas, mechero de "Los Enemigos", caramelos, un buda -sonriente, claro-, pulsera de cuero, caracola en la que se escucha un mar pequeño, reloj de bolsillo, entradas de conciertos...

Los fines de semana, al abrigo de miradas y aire, sentados en los escalones de la glorieta de "El Cuerno", bebíamos cerveza, comíamos patatas y fumábamos hasta que nos dolía el estómago de tanto reír. Ya entonces, la música marcaba gran parte de mi existencia. Los pelos de colores, imperdibles en las orejas, discos, casettes, cazadoras de cuero, pantalones ajustados, botas, cinturones, tracas y tupés, completaban el decorado tipo de aquellos años.
Una noche, en el inicio de la primavera del 87, y dejando un huevo frito a medio engullir, salí de casa farfullando que ya estaba cansado de tanta... y que me iba (de fondo, mientras cerraba la puerta, escuché a mi padre, admonitoriamente, decir: "ya volverás"). Agarré el saco de dormir y, andando con la prisa que sólo da un hartazgo de años y años en permanente e inadvertido equilibrio psicológico, en pocos minutos había llegado hasta el final del pueblo -o principio, según se mire. Llevaba mil pesetas en el bolsillo y aunque "la movida" de Madrid daba sus muy últimos estertores, hacia allí me dirigí.

El primer coche que paró me alejó unos 12 kilómetros de todos mis problemas. Luego, a andar, con ánimo y convencimiento. De vez en cuando mirar hacia atrás por si llega otro coche, un camión de largo recorrido... y seguir andando. Pasa el tiempo, la medianoche está cercana, las zancadas se van tornando en pasos y los pasos dejan camino a la zalamera cobardía revestida de prudencia. Sí, COBARDÍA mayúscula y vergonzante.

Dudo un instante y me quedo parado.

Cuando comencé a volver sobre mis pasos, decidí renunciar de forma consciente al futuro. Hasta ese punto del camino podía culpar a lo externo, al pasado y al puto entorno en el que me había tocado nacer; pero esa noche marqué el punto de inflexión necesario que me impediría tomar el control de mi destino.

Me dejé llevar, fui un tipo deleznable y en ello sigo. Ahora lo revisto de diletancia y escribo por no estar solo.

martes, 13 de marzo de 2007

Sueños

¿Y si todo fuera un sueño?

Hace años, un gnóstico me dijo que la forma de asumir el control en los sueños, parte, en primer lugar, de la toma de conciencia de la situación en que se está inmerso. Esto es: saber que estás dormido.

¿Para qué querer saber, cuando estás dormido, que estás durmiendo?

Bueno, a nadie escapa que en los sueños se pueden hacer cosas que estando despierto sólo nos atrevemos a imaginar. Quizá ahí esté la respuesta.

La forma de hacerlo era sencilla -y risible. Me explicaré: a veces "vivimos" sueños en los que estamos haciendo algo concreto, en un sitio habitual, con una persona conocida; y todo está bien, pero lo sentimos "raro". Es nuestro amigo pero no su cara, es nuestro bar pero la decoración es distinta...

Bueno, ya hemos dado el primer paso (hemos captado que algo inhabitual está ocurriendo). Ahora sólo queda confirmar la impresión.

¿Cómo tomar el mando? En los sueños se puede volar, ¿no?... Pues sólo hay que atreverse a hacerlo: ¡salta!

Una vez esto hecho, lo habitual es encontrarse flotando en el aire, y de ahí a ser plenamente consciente de estar en un mundo distinto, con infinitas y poco corrientes posibilidades, queda poco camino.


En su día disfruté moderadamente de lo que ofrecía el viajar de tan especial manera y por tan singulares latitudes, pero ahora lo guardo como último recurso. Me da miedo intentarlo y sólo conseguir, al saltar, escuchar el ruido de mis zapatos al golpear contra el suelo.

¿Quizá esté soñando que no me atrevo a tomar el control de mis sueños?