lunes, 24 de septiembre de 2007

Un viaje por la costa


Quizá llamar estados alterados de conciencia a algunas situaciones que ocasionalmente he "imaginado", pueda resultar demasiado rimbombante, rebuscado o, simplemente, ridículo; pero el caso es que son vivencias curiosas, poco creíbles -hasta que se pasa por esa experiencia- y de difícil catalogación.

Je, je... lo mismo son bajones de azúcar o subidas de tensión... Quizá simples implosiones psíquicas de una supervivencia que lucha contra el mortificante pasar de los días... o un leve aumento de la presión espermática. No sé... realmente, por formación y espíritu, soy lo más alejado que haber pudiera a una mente científica.

A lo que iba... Recuerdo claramente tres de estos momentos únicos. El último, y motivo del presente comentario, lo viví ayer:

Voy por la autovía a esa hora perra -inició del atardecer- en que la digestión exige dedicación a tiempo completo, al igual que el volante que llevo entre manos. Sólo los bostezos y el consiguiente peligro de desencajo mandibular me mantienen despierto (que sabio es el organismo). Mirar el retrovisor no ayuda mucho.

Durante un rato dejan de pasar coches, luego todo se llena de una agradable luz solar, el viento salino en la cara; como si de un flashback cinematográfico se tratara, miro a mi lado y veo una mujer de pelo castaño que sonríe, feliz. Es mi chica, me quiere y es tan joven como lo soy ese yo que viaja a su lado.

El convertible se desliza a buena velocidad por la carretera de montaña. El verano se está agotando y tendremos un accidente que acabará con mi vida.

Es una sensación tan agradable... "A must to avoid" suena en la radio y tenemos todo por delante.


No da tiempo a despedidas. Resbalan las ruedas traseras sobre la tierra de la curva. Cuando reacciono y la busco con la mirada ya no consigo encontrarla...

Tras un pequeño vuelo: un golpe sobre la tierra... Otro... otrO... Un deslizamiento chirriante...

El Pacífico es mi último recuerdo.

1967