domingo, 10 de agosto de 2008

Descanso

A lo tonto, tonto (nunca mejor dicho), creo que ya estamos a mitad de partido. Nunca se sabe... lo mismo se suspende antes de tiempo por algún tipo de contingencia grave, pero lo normal es que me quede por vivir tanto como lo ya vivido. Y mira que los días parecen arrastrarse como condenados -y me arrastran como un condenado-, pero, aún así, en cuanto echo la vista atrás no deja de sorprenderme la velocidad con que pasan las semanas y las estaciones.

Acabamos de mudarnos de casa y estoy en plena fase de construcción del nuevo biotopo. Buscando el sitio y número adecuado de estanterías, la luz exacta, cribando cds y libros (los dvds ya casi están todos), escondiendo cables -que me ponen enfermo-... Vamos, que a fin de cuentas ahora mismo estoy ocupado en el desarrollo de una de las pequeñas metas que alientan y sostienen mi precario equilibrio psicológico. Ya, meta pueril, sin duda, pero amarre, al fin y a la postre, que me sostiene entre tantas cosas que no puedo controlar. Me gusta sentarme en un sillón y sentirme rodeado de pequeños objetos que si lo quiero me transportarán a lugares de agradable recuerdo. Otros son simples promesas y me gusta dejarlos aparcados para situaciones especiales. Algunos llevan toda su vida conmigo y casi de cada uno puedo recordar el momento en que entramos en contacto y el por qué del mismo.

El sábado por la tarde, de camino a "El Tajo Británico" a comprar unos artilugios de bricolaje casero, me encontré pensando en que paulatinamente (al paso del número de los años que me van acompañando) mis planes irán cambiando -acortando- hasta el extremo de que cualquier pensamiento futuro será tan ilusorio e inestable como este presente que aún no aprendí a dominar. Porque... cuando se empieza a esperar la muerte como algo natural... ¿las metas son distintas? No sé, quizá objetivos a muy corto plazo del tipo... respirar, trempar, leer aquello que guardas como oro en paño no sea que te vayas a quedar a medio camino.