viernes, 21 de mayo de 2010

El mayor de los cuatro

Nací harto, sí. Cansado de padres cansados, aburrido de volver al mundo, sin fuerzas ni ganas. De tórax estrecho para respirar lo mínimo y ojos lejanos que nunca esperaron ver. Creí que no tardaría en seguir el camino de dos de mis hermanos, que mi misión consistía en equilibrar karmas, dharmas y fuera... Pero no, sobreviví. Y para mi asombro y terror aquí sigo: asombrado y aterrado.

Supongo que, tácitamente, todos esperábamos lo mismo. El nascituro y la "parejita feliz" creíamos cumplir un trámite, pero aquello se nos escapó de las manos. Ellos imaginaban ser simples fedatarios celestiales y yo, ya lo he dicho, una simple advertencia en sus vidas, un toque de atención.

El plan era llegar, saludar y estamparme contra el suelo -o similar- como el mayor de mis hermanos. Escaparme entre las manos de la comadrona y de vuelta rapidito -¿le molestaría cuando aquella mujer dijo que había nacido muerto? Imagino que no. No sé por qué tengo la impresión que éste era el mejor de todos nosotros. El más pausado y cariñoso, el que me hubiera enseñado a jugar al ajedrez e iniciado en los insondables secretos del carácter femenino. Pero no pudo ser-. Iba a llamarse Juan y Juan pusieron como nombre al tercero.

Del primero puedo hablar poco, ya que ni siquiera llegó a término. A Juan, o "Segundo Juan", o "Tercero", tanto da, fue al único que llegué a conocer, aunque de manera muy superficial, y no porque viviera pocos años, sino por circunstancias derivadas del desigual carácter de ambos. Nunca hubo posibilidad de encuentro. Todo lo más, partir del mismo punto para alejarnos de espaldas. Él, con su nombre de niño muerto -que aunque no seas consciente algo de poso debe dejar- y yo, ignorando qué pintar en aquel cuadro, sin saber cómo hacerle entender que mi sentido del humor y los juegos con las palabras no eran desdén, sino la única forma de relación que la estupefacción de mi presencia entre ellos permitía establecer -mucho después he comprendido que para reír hay que tener musculado el ánimo y que ser bautizado con el nombre de una vida gastada quizá no sea el más adecuado acicate en este sentido-.

El caso es que "Juan Segundo" ya hace nueve años que se fue también, y yo, que venía para no quedarme, he acabado convertido en el mayor de los cuatro y así seguiré hasta que volvamos a igualarnos, si es que se da tal circunstancia.

No sé... todo esto me recuerda a esa historia del alpinista que encontró a su padre congelado en la montaña y éste era más joven que él.