Eché un vistazo hacia arriba y allí estaban, bastante parecidos a como cuando -asilvestrado- los recorrí de pequeño. Ahora han instalado unos "molinillos" de esos ecológicos que contaminan visualmente los recuerdos, pero siguen siendo mis montes y, al fin y al cabo, ¿qué no se ha contaminado?
A sus pies, el cementerio, y, atravesando la carretera, el tanatorio desde cuya puerta de entrada estoy viendo amanecer. Llegué a las cinco de la mañana y todo estaba tranquilo. Tranquilo hasta para un tanatorio, quiero decir. La verdad es que últimamente paso demasiado por aquí, pero al menos estoy "en paz" y puedo practicar uno de mis deportes favoritos: echar la vista atrás...
Lo sabe poca gente, y no porque carezca de importancia, sino porque a nadie importa, pero es una realidad que el tío Paco fue el que me enseñó a montar en bici. Ni corto ni perezoso me subió en la Torrot color calabaza y me tiró por la calle Padre Manjón cuesta abajo. Los frenos estaban muy duros y no sé si llegué a darme una leche, pero aquella mañana de sábado puede decirse que me inició en el noble deporte del equilibrio sobre ruedas. ¡Gracias!
Tampoco olvido todas la veces que en verano nos llevó a la playa. Unas veces íbamos en el Symca 1000 azul, y otras, temprano, nos subía al camión de reparto, se dirigía a algún lugar del Mar Menor, bajábamos dando brincos, él marchaba a trabajar y ya entrada la tarde pasaba a recogernos para, requemados y agotados, devolvernos a casa.
Siempre me pareció buena persona. Nunca me riñó o dijo una mala palabra. Era moreno, fuerte, trabajador, amable y, si existe algún circo después de éste, supongo que irá a la tribuna preferente. Se lo ganó el día que nos puso a mis primos y a mí de catadores al final de la cadena de producción de la fábrica de gaseosas.
A sus pies, el cementerio, y, atravesando la carretera, el tanatorio desde cuya puerta de entrada estoy viendo amanecer. Llegué a las cinco de la mañana y todo estaba tranquilo. Tranquilo hasta para un tanatorio, quiero decir. La verdad es que últimamente paso demasiado por aquí, pero al menos estoy "en paz" y puedo practicar uno de mis deportes favoritos: echar la vista atrás...
Lo sabe poca gente, y no porque carezca de importancia, sino porque a nadie importa, pero es una realidad que el tío Paco fue el que me enseñó a montar en bici. Ni corto ni perezoso me subió en la Torrot color calabaza y me tiró por la calle Padre Manjón cuesta abajo. Los frenos estaban muy duros y no sé si llegué a darme una leche, pero aquella mañana de sábado puede decirse que me inició en el noble deporte del equilibrio sobre ruedas. ¡Gracias!
Tampoco olvido todas la veces que en verano nos llevó a la playa. Unas veces íbamos en el Symca 1000 azul, y otras, temprano, nos subía al camión de reparto, se dirigía a algún lugar del Mar Menor, bajábamos dando brincos, él marchaba a trabajar y ya entrada la tarde pasaba a recogernos para, requemados y agotados, devolvernos a casa.
Siempre me pareció buena persona. Nunca me riñó o dijo una mala palabra. Era moreno, fuerte, trabajador, amable y, si existe algún circo después de éste, supongo que irá a la tribuna preferente. Se lo ganó el día que nos puso a mis primos y a mí de catadores al final de la cadena de producción de la fábrica de gaseosas.