viernes, 6 de abril de 2007

"El Jota"

He tratado con varios "Jotas", aunque creo que sólo hay uno del que recuerde su nombre real. Se llama Joaquín y tiene apellido de ciudad románica. No le habré visto más de una vez al año desde que nos conocimos (hará más de quince), pero forma parte de mi vida de una forma casi inexplicable. Nunca nos hemos dado un consejo o un abrazo, jamás hemos salido de cena o a triscar por el monte; no hemos visto el mar juntos, e ignoramos de la respectiva vida del otro casi todo, por no decir "todo de todo".

Joaquín es mi amigo imaginario, pero no hablamos por teléfono. Tiene una bonita, reposada y radifónica voz, tengo su número, pero... nunca lo he llamado. ¿Para qué? Seguro que sólo hablaríamos de vulgaridades, la conversación sería violenta -por fuera de lugar-, improductiva y decepcionante. Prefiero mirar sus fotos y dejar correr la imaginación.

La realidad lo suele estropear todo. Además, creo tener acceso libre a la parte de él que más me interesa (tengo suerte, ya que es un tipo sensible al que no le averguenza demasiado compartir ese don con todo el desconocido que quiera acercarse a mirar su blog).

Sin él saberlo, con cada fotografía que cuelga en la red nos conocemos un poco mejor y se incrementan mis ganas de borrar su número de la agenda telefónica.

En un día lluvioso -raro en esta tierra desértica en la que ambos vivimos- con fondo de música celta: Jota, se despide uno que te quiere, man.

El hombre invisible

Un día me sorprendí intentando no hacer ruído al cerrar las puertas, escuchando música con auriculares, dejando los estimulantes por voluntad ajena... y sintiéndome culpable -tocado y hundido- ante cualquier gesto de contrariedad de la persona con quien en ese momento compartiera fluidos más o menos viscosos.

El tiempo ha ido pasando para todo y para todos. Y aquí seguimos. Con menos pelo y menos vida, pero aún con la suficiente como para que merezca la pena el esfuerzo de intentar hacer las cosas tal y como las siento; obviando, tan cordialmente como pueda, a los "agentes exógenos" en cuyos brazos equivocadamente busqué el cariño fraterno que entre mi propia sangre no supe hallar. ¡Que vivan lo endógeno y Zapata! Siempre hay tiempo para parar, o para echar a andar.

Mañana no habrá vendas ni necesitaré el sombrero, al fin me veré ante el espejo que tanto tiempo ignoré, con las mismas incertidumbres, pero limpia la cabeza de complejos ilusorios y con la estrenada libertad del que ha descubierto el mayor de sus errores.

¡Au revoir!