martes, 30 de enero de 2007

Welcome to the Hell

Hoy he vuelto al mundo real. El aterrizaje se ha efectuado en una nave industrial fría y humeda. Huele a gas-oil, tristeza y vida derrochada. Dos o tres chicas miran por encima de las gafas cualquier movimiento sospechoso y rápidamente redirigiren su atención a la pantalla de ordenador. Quizá estén en la hora del bocadillo y se encuentren navegando el ciberespacio por algún foro que las ampare y permita desarrollar lo que hubieran querido ser. Seguro que tienen nicks luminosos y un avatar de los que hacen soñar.

Frente a la entrada de la nave hay una furgoneta derrengada, con el portón lateral abierto y pinta de nocturno hotel de amor. A poco que te acerques se confirma la impresión (tal es el amplio muestrario de preservativos usados que los alrededores muestran).

El encargado se disculpa por llegar tarde -tiene un poco de fiebre, comenta- y dice que cuando acabe el trabajo habitual -sobre las diez de la noche- se dedicará a reorganizar las mercancías para que todo esté listo en su justo momento.

¿Qué hemos ido a hacer allí? Nada. Contar paquetes y tomar números de serie de forma aleatoria.

Durante las esperas he estado ejecutando mentalmente riffs de guitarra y pensando en lo qué sería de mí si cayera nuevamente al inframundo...


lunes, 8 de enero de 2007

Un año más

Hasta el día cinco de enero estuve sopesando la posibilidad, un año más, de pedir una brújula a los reyes magos. Hace ya mucho que sospecho que una máquina de esas podría dar a mi vida un vuelco espectacular. No sé, creo que debe ayudar mucho saber dónde está el norte, por dónde sale el sol, si la casa en la que vas a vivir te dará calor o frío...

¡Cáspita! ¿Dejarán de ser secretos inalcanzables el lugar hacia el que camino, o la situación exacta en que me encuentro?

Como decía, esto pensaba hasta el jueves pasado; pero después de ver la cabalgata cambié de opinión. No en la utilidad que me puede proporcionar la brújula, sino en la forma de adquirirla. Francamente, a mis ojos perdieron mucho encanto sus majestades tras leer en los labios de Gaspar, como decía a sus pajes: "¡echar más caramelos, pijo!"

martes, 2 de enero de 2007

Año nuevo

Al terminar la comida del día de año nuevo, sentí la necesidad de salir a la calle para escapar del habitual festivo griterio que suele acompañar el desarrollo y sobremesa de las ágapes dominicales.

El día era soleado, agradable, cálido y amistoso; por lo que cerré la puerta de cristales (¡ah, un inicio de redentor silencio!), deslicé la verja metálica que circunda el patio, miré el sol allá en lo alto... y me dispuse a dar un corto paseo que me abstrajera del mundano batiburrillo en el que me he ido introduciendo con el paso de los años.

No había andado más que unos pocos pasos, cuando una pequeña figura inmóvil me llama la atención desde el mismo centro de la asfaltada carretera. En principio pienso que pueda ser un gato suicida o una rata despistada, pero en cuanto consigo enfocar la mirada, me encuentro con que soy el observador observado, ya que, mirándome con la misma curiosidad que yo a ella, una menuda ardilla me contempla, entre curiosa y sorprendida, levantada sobre sus cuartos traseros.

Nos observamos durante unos segundos que me parecen minutos (tal es el disfrute que en ello encuentro) y ella, al tiempo que se arregla el pelaje, parece invitarme a que avance un poco más... pero justo al iniciar la marcha para ir a su lado... huye.
La sigo durante unos metros hasta que sube a un platanero y de allí salta a un pino...

Quedo solo y, por un instante, recuerdo que en otros tiempos -aquel que fuí- ya estaría buscando posibles significados ocultos a tan inusual encuentro; asociaciones, arcanos, causalidades... Ahora tan sólo se me ocurre dejar el sol y el silencio de la calle, para volver rápido al griterio ensordecedor del interior y poder contar mi aventura a una niña de tres años.

Cuando termino, ésta, me mira con cara de haba durante un instante y no dice nada... Yo, tampoco.