martes, 2 de enero de 2007

Año nuevo

Al terminar la comida del día de año nuevo, sentí la necesidad de salir a la calle para escapar del habitual festivo griterio que suele acompañar el desarrollo y sobremesa de las ágapes dominicales.

El día era soleado, agradable, cálido y amistoso; por lo que cerré la puerta de cristales (¡ah, un inicio de redentor silencio!), deslicé la verja metálica que circunda el patio, miré el sol allá en lo alto... y me dispuse a dar un corto paseo que me abstrajera del mundano batiburrillo en el que me he ido introduciendo con el paso de los años.

No había andado más que unos pocos pasos, cuando una pequeña figura inmóvil me llama la atención desde el mismo centro de la asfaltada carretera. En principio pienso que pueda ser un gato suicida o una rata despistada, pero en cuanto consigo enfocar la mirada, me encuentro con que soy el observador observado, ya que, mirándome con la misma curiosidad que yo a ella, una menuda ardilla me contempla, entre curiosa y sorprendida, levantada sobre sus cuartos traseros.

Nos observamos durante unos segundos que me parecen minutos (tal es el disfrute que en ello encuentro) y ella, al tiempo que se arregla el pelaje, parece invitarme a que avance un poco más... pero justo al iniciar la marcha para ir a su lado... huye.
La sigo durante unos metros hasta que sube a un platanero y de allí salta a un pino...

Quedo solo y, por un instante, recuerdo que en otros tiempos -aquel que fuí- ya estaría buscando posibles significados ocultos a tan inusual encuentro; asociaciones, arcanos, causalidades... Ahora tan sólo se me ocurre dejar el sol y el silencio de la calle, para volver rápido al griterio ensordecedor del interior y poder contar mi aventura a una niña de tres años.

Cuando termino, ésta, me mira con cara de haba durante un instante y no dice nada... Yo, tampoco.

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