Hoy he vuelto al mundo real. El aterrizaje se ha efectuado en una nave industrial fría y humeda. Huele a gas-oil, tristeza y vida derrochada. Dos o tres chicas miran por encima de las gafas cualquier movimiento sospechoso y rápidamente redirigiren su atención a la pantalla de ordenador. Quizá estén en la hora del bocadillo y se encuentren navegando el ciberespacio por algún foro que las ampare y permita desarrollar lo que hubieran querido ser. Seguro que tienen nicks luminosos y un avatar de los que hacen soñar.
Frente a la entrada de la nave hay una furgoneta derrengada, con el portón lateral abierto y pinta de nocturno hotel de amor. A poco que te acerques se confirma la impresión (tal es el amplio muestrario de preservativos usados que los alrededores muestran).
El encargado se disculpa por llegar tarde -tiene un poco de fiebre, comenta- y dice que cuando acabe el trabajo habitual -sobre las diez de la noche- se dedicará a reorganizar las mercancías para que todo esté listo en su justo momento.
¿Qué hemos ido a hacer allí? Nada. Contar paquetes y tomar números de serie de forma aleatoria.
Durante las esperas he estado ejecutando mentalmente riffs de guitarra y pensando en lo qué sería de mí si cayera nuevamente al inframundo...
Frente a la entrada de la nave hay una furgoneta derrengada, con el portón lateral abierto y pinta de nocturno hotel de amor. A poco que te acerques se confirma la impresión (tal es el amplio muestrario de preservativos usados que los alrededores muestran).
El encargado se disculpa por llegar tarde -tiene un poco de fiebre, comenta- y dice que cuando acabe el trabajo habitual -sobre las diez de la noche- se dedicará a reorganizar las mercancías para que todo esté listo en su justo momento.
¿Qué hemos ido a hacer allí? Nada. Contar paquetes y tomar números de serie de forma aleatoria.
Durante las esperas he estado ejecutando mentalmente riffs de guitarra y pensando en lo qué sería de mí si cayera nuevamente al inframundo...
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