viernes, 6 de abril de 2007

El hombre invisible

Un día me sorprendí intentando no hacer ruído al cerrar las puertas, escuchando música con auriculares, dejando los estimulantes por voluntad ajena... y sintiéndome culpable -tocado y hundido- ante cualquier gesto de contrariedad de la persona con quien en ese momento compartiera fluidos más o menos viscosos.

El tiempo ha ido pasando para todo y para todos. Y aquí seguimos. Con menos pelo y menos vida, pero aún con la suficiente como para que merezca la pena el esfuerzo de intentar hacer las cosas tal y como las siento; obviando, tan cordialmente como pueda, a los "agentes exógenos" en cuyos brazos equivocadamente busqué el cariño fraterno que entre mi propia sangre no supe hallar. ¡Que vivan lo endógeno y Zapata! Siempre hay tiempo para parar, o para echar a andar.

Mañana no habrá vendas ni necesitaré el sombrero, al fin me veré ante el espejo que tanto tiempo ignoré, con las mismas incertidumbres, pero limpia la cabeza de complejos ilusorios y con la estrenada libertad del que ha descubierto el mayor de sus errores.

¡Au revoir!

2 comentarios:

j.zamora dijo...

Cada vez escribes mejor, pero sobre todo, cada vez PIENSAS mejor! Todos tenemos nuestros infiernos particulares, man, se trata de tapiarlos con acordes, fotos, vientos o lo que cada uno elija. Be on your way!

Diletante dijo...

Ya tengo ladrillos... Sólo me falta hacer la masa, una escuadra y un compás.

Un beso, Jota.