jueves, 21 de septiembre de 2006

Las casas de hojalata

El otro lado de la carretera era un inmenso descampado en las afueras del pueblo. En él, los niños del barrio solíamos hacer la cabra, tirarnos piedras, pegar patadas al balón y dirimir disputas con la sóla premisa de evitar -en lo posible- infantiles derramamientos de sangre.

Esta considerable extensión llana nos separaba de la sierra, divisándose al fondo las pequeñas montañas reales y, a su alrededor, las otras artificialmente creadas por la prolongada deposición de las miles de toneladas de tierras estériles que trajo como consecuencia la explotación minera.

Nada más empezar el mes de junio, comenzaba la recolección de cualquier material candidato a arder con facilidad en la hoguera de San Juan, y en los días previos todo era una orgía de pequeños y grandes petardos, de tracas de peseta, de dos pelas o de duro...

Todo dura lo que tiene que durar y nuestro parque temático particular no fue una excepción. En "el sitio de mi recreo" -Antonio Vega dixit- instalaron medio centenar de casas metálicas prefabricadas en que alojar a otras tantas familias. El compromiso de la oligarquía muncipal consistió en explicar al barrio que dicha ubicación sería una solución temporal, mientras no ejecutaban la construcción de las viviendas sociales en las que esperaban dar cabida a estos hoy conocidos como titulares de una etnia, y a los que entonces se conocía como gitanos.

La solución temporal se extendió durante, al menos, dos lustros más del inicialmente propuesto. Tiempo más que suficiente para llegar a conocer a gentes como "La Pelusa", "Paco el mocos" o "El Puto".

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