El padre y marido se llamaba Servando y apellidaba Calle-Esquina, aunque era conocido coloquialmente como “El Calles”. Adornaba su cara una permanente mueca, en forma de sonrisa dolorosa, que servía de apoyo al sempiterno cigarrillo negro; quedando el resto del rostro prácticamente cubierto por unas enormes gafas de concha (equipadas con unos lentes amarillentos, obra de los progresos ópticos y de la nicotina) que aumentaban de forma prodigiosa dos ojos cansados, lejanos y de tamaños notablemente distintos.
Un tupecillo inmaculado, ropa informal y los siempre lustrados zapatos, completaban el atuendo con el que pasaba la mayor parte del tiempo sentado en la escalera de entrada al edificio vecinal; en actitud búdica, rodeado por el halo místico de los “Ducados” y con la mirada ora sobre la punta de la nariz, ora sobre el otro lado de la carretera.
Un tupecillo inmaculado, ropa informal y los siempre lustrados zapatos, completaban el atuendo con el que pasaba la mayor parte del tiempo sentado en la escalera de entrada al edificio vecinal; en actitud búdica, rodeado por el halo místico de los “Ducados” y con la mirada ora sobre la punta de la nariz, ora sobre el otro lado de la carretera.
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