lunes, 4 de diciembre de 2006

With the little help from my friends

Es difícil encontrar amigos. No conocidos o gente simpática con la que intercambiar chascarrillos -cosa  ésta relativamente fácil-, sino amigos de verdad, de los que te dejan, y a los que dejas, una herencia emotiva el día que desapareces física o presencialmente.

A Domingo lo conocí en "párvulos" hace más de treinta años y las circunstancias familiares y laborales nos han ido alejando físicamente desde hace, al menos, una década; pero cuando nos vemos parece que el tiempo no hubiera pasado y que estuviéramos todavía corriendo por los montes, aprendiendo a fumar, jugando al Risk o comprando alcohol para las fiestas del instituto.
Los dos ofrecemos lo mismo que recibimos. Nuestra relación es casi nula, pero perfecta en su minimalismo.

Otra cosa son el resto de las relaciones trabajadas desde que "me hice mayor". Ahí siempre he encontrado asimetrías que me han impelido -en algunos casos, tras años de infructuosos intentos- a una batida en retirada ante la imposibilidad de establecer la bidireccionalidad mínima y los puentes necesarios que constituyeran lo que yo defino como amistad.

Supongo que el problema es que cuesta encontrar gente cuyo discurso resulte interesante y que cuando aparece alguien que nos abre nuevas perspectivas y una posible huída del tedio existencial, es natural volcarse de una manera un tanto irracional, esperando mucho más de lo que el otro puede o está interesado en dar. Resultado: sorpresa, decepción, comprensión...

"Crecer sucede en un latido. Un día estás en pañales, al siguiente ya no estás aquí... pero los recuerdos de la niñez permanecen contigo todo el camino. Recuerdo un lugar, un pueblo, una casa como muchas casas, un patio como muchos patios, una calle como muchas otras calles; y la cosa es que, después de todos estos años, sigo mirando hacia atrás, maravillado" (de la serie de televisón "Aquellos maravillosos años").

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