jueves, 5 de agosto de 2010

San Pedro vino a verme

Siempre puse cara a los personajes sin ella. Normalmente utilizo las de gentes que ya conozco o se me aparecen por la cabeza -la verdad es que a veces me sorprendo pensando de dónde las habré sacado-,  pero hay ocasiones en que el cine me facilita esta labor. Por ejemplo, San  Pedro, para servidor, es éste señor de abajo. Sin coacciones ni amenazas, nunca un mal gesto, explica las cosas y se le obedece porque sí, porque esa es su función: el ser obedecido. Aclaro que es el portero del Reino de Dios, para el que no lo sepa.


Bueno, pues anoche vino a decirme que me llevara cuidado, ya que se le había indicado desde la gerencia que, hasta nueva orden, debía negarme el paso si me presentaba por allí.

- Oiga, ¿pero es que ya me toca?

- No, obligatoriamente, pero como aquí el tiempo es tan relativo, pues es costumbre adelantar trabajo.

- Bueno, me deja más tranquilo. Pero, ya que estamos, ¿me podría indicar qué es lo que se tiene contra mí?

- Hombre, la pregunta sería más correcta si la hicieras al revés: ¿qué tienes tú contra nosotros?

- ¿Yo? Nada, nada. ¿Les debo recordar que fui monaguillo?

- ¿Te debo recordar que te bebías el vino de misa?

- ¡Bah, chiquilladas!

- Ya.

- A lo que íbamos. Yo no tengo nada en contra del de arriba -faltaba más-, mis reticencias son más bien terrenales. Soy bastante cuidadoso e intento no mezcar lo divino con lo humano.

- No te entiendo.

- Mire, Don Pedro, yo tengo responsabilidades. Pase que a mí me bautizaran, que me aprendiera como un papagayo todas las oraciones y que con seis años me rebozarán por la Comunión, pero a los que dependen de mi tutela voy a intentar no hacerles la misma jugada.

- ¿Jugada? Oye, ¿pero a ti te ha hecho algún mal el estar a buenas con Dios?

- Le repito que esto no tiene nada que ver con Dios. Hablo más bien de la Iglesia y de toda la que tienen montada aquí abajo.

- Estás exagerando. La organización que tenemos aquí abajo, como tú dices, permite ayudar a muchas personas.

- Ya, y errare humanum est, y como aquí veo mucho yerro entre tanta organización, intentaré explicar las cosas a los míos tal y como yo las entiendo, para que, en la medida de su corta edad, puedan ir participando en las toma de decisiones que arrastrarán el resto de su vida.

- Bueno, tú verás, ya sabes de lo que vine a avisarte.

- Para bien o para mal no soy Job. Estoy seguro que Él lo entenderá.

- No lo dudes.

- Pues eso.

- Adiós, Pepito.

- Gracias por la visita. Salude a Ángel de mi parte.

- ¿A cuál?

- ¡Ups! Disculpe... Peñalver, Ángel Peñalver. Dígale que sigo recordándolo cada vez que escucho a Bob Marley.

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