jueves, 21 de diciembre de 2006

El bazar de las sorpresas

En esta época del año siempre recuerdo a Matuschek y Compañía. De hecho, hasta hace poco acostumbraba a reservar una solitaria tarde navideña para poder acercarme hasta Budapest a comprar los regalos propios de las fechas (hay quien elige "El Corte Inglés", pero yo siempre gusté de gastar en blanco y negro).

Con el tiempo, esa tarde acabó convertida en un momento especial, en un dulce punto de inflexión, en un antes y un después; porque ocurriera lo que ocurriera durante los días anteriores -o durante la misma mañana- sabía que después de comer leería un poco, meditaría -sesteando al arrimo de la manta- y esperaría paciente a que el sol empezase a caer. Llegado el momento, me incorporaría, abriría el armario, daría un rápido vistazo por los estantes... un saludo a los amigos, un beso a los olvidados, una sonrisa a los eternos, una mueca a los duros... Y entre todos ellos, allí estaría Jimmy Stewart.


¿Qué tal, cómo estás?...

Nostálgico -triste y feliz-, acabaría por obligarme a cerrar la puerta de lo que siempre consideré mi mundo real, para dirigirme a poner en marcha el vídeo. De camino, pararía junto a la ventana y a la luz del atardecer volvería -nuevamente- a repasar la carátula para ir recordando el año de filmación, los nombres de los personajes y actores, el director... De ahí, a un obligado recuerdo a Minnelli en "Dos semanas en otra ciudad", sólo habría un paso y... ¡Basta! ¡Rápido! ¡Antes que se esconda el sol!

Cada copo de nieve, un brochazo a la violencia. Cada carta, una esperanza en lo imposible. Cada decorado, una lágrima. Cada tabaquera... Ochichornia.

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