Empezó distinta la mañana. Primero, conseguí salir temprano de casa. Después, encontré aparcamiento cerca del trabajo. Más tarde, salí a hacer un ingreso a la caja de ahorros -bonito eufemismo- y de camino tiré unas monedas a la papelera, lo que no deja de tener su aquel.
Como quería desayunar una empanadilla y sólo llevaba un billete de cincuenta leuris, pensé en comprar algo para obtener cambio. ¿Qué?
No sé cuánto tiempo hacía que no entraba en una librería. Y más, con cierta tranquilidad. Disfrutando el momento me dirijo hacía las ediciones de bolsillo...
Lunes, sobre las 11, pocos clientes, local amplio, buena temperatura, delicioso aroma a papel impreso.
Vuelve a mí la serenidad del que nada busca ni espera, del que sólo sueña dejando pasar los días, sin gritos ni malhumor, sin dolor y fuera del tiempo. Desgraciadamente, también hay quien escribe -aunque no lo sepan o aunque lo sepan- para el odio, pero la mirada resbala ante esas portadas como si estuvieran pulcramente enceradas.
Junto a Borges está Baroja y un poquito más abajo, Hesse... Noto como los ojos se humedecen por dentro y siento deseos de comprar varios ejemplares de "El juego de los abalorios" para regalarlos. A los buenos los hará aún mejores, y a los que detesto, les dará una oportunidad.
Unos "Demian" para los adolescentes, un "Sidharta" para Joaquín... Pero me puede el pesimismo y finalmente sólo me llevo "El dinamitero", de Robert Louis Stevenson: ocho monedas.
Como quería desayunar una empanadilla y sólo llevaba un billete de cincuenta leuris, pensé en comprar algo para obtener cambio. ¿Qué?
No sé cuánto tiempo hacía que no entraba en una librería. Y más, con cierta tranquilidad. Disfrutando el momento me dirijo hacía las ediciones de bolsillo...
Lunes, sobre las 11, pocos clientes, local amplio, buena temperatura, delicioso aroma a papel impreso.
Vuelve a mí la serenidad del que nada busca ni espera, del que sólo sueña dejando pasar los días, sin gritos ni malhumor, sin dolor y fuera del tiempo. Desgraciadamente, también hay quien escribe -aunque no lo sepan o aunque lo sepan- para el odio, pero la mirada resbala ante esas portadas como si estuvieran pulcramente enceradas.
Junto a Borges está Baroja y un poquito más abajo, Hesse... Noto como los ojos se humedecen por dentro y siento deseos de comprar varios ejemplares de "El juego de los abalorios" para regalarlos. A los buenos los hará aún mejores, y a los que detesto, les dará una oportunidad.
Unos "Demian" para los adolescentes, un "Sidharta" para Joaquín... Pero me puede el pesimismo y finalmente sólo me llevo "El dinamitero", de Robert Louis Stevenson: ocho monedas.
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