lunes, 4 de mayo de 2009

Madrugada para olvidar

De madrugada, al volver de preparar el biberón, un cocodrilo de Lacoste me esperaba agazapado entre las sábanas. Era verde y, aún con una sola dimensión, el goteante muñón en que quedó convertida mi pierna confirmó rápidamente su peligrosidad (M. no se había despertado. Dormía a su lado, tan pancha. Claro, pensé, es un poco pija y el bicho nunca iría contra ella).

Tras la dentellada eché mano a lo primero que pillé. ¿El mp4? No... ¡Fuera, otra cosa...! ¡¡¡Stendhal en tapa dura!!!

¡Zas, zas, zas...! en todo el ojo... y el bicho que se evapora como la oruga de Alicia.

Al mirar hacia abajo, lo que queda de pierna ya está meticulosamente enfundado y coronado por un imperdible -big size- rojo Ferrari.

¿Y ahora qué hago? ¿Qué cuento mañana en la oficina?

"Vaya, vaya, que mala pata, ¿eh?" "Así que un cocodrilo a traición". "Bueno, algo le habrás hecho, que un Lacoste es un Lacoste y no creo que él fuera a buscarte sin mediar provocación".

Valientes hijos de puta el cocodrilo y los del trabajo. De un día para otro, cojo. ¿Y a ver qué hago? No puedo conducir y no tengo ni un mísero bastón... ¡Caguen la pena negra! Mi vida destrozada en un segundo. Miro la ventana y medito seriamente despeñarme desde el quinto piso, pero la persiana está bajada casi completamente y con el ruido de subirla voy a despertar a los niños. Mejor intento dormir un poco.

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