Los viernes por la tarde eran EL PRELUDIO -la tierra prometida alcanzada cada siete días- y sentarse a merendar, intentando que las migas de pan no cayeran sobre "Las Indias Negras", "La Isla Misteriosa" o "Las Fundaciones" de Asimov, el mejor deporte con que empezar el fin de semana.
Un poco más tarde me dirigía a la biblioteca municipal para sumergirme en la trastienda y revolcarme en las historias que abarrotaban hasta el techo las combadas estanterías. Allí buscaba a ciegas durante un largo y placentero rato -leyendo párrafos, biografías y sinopsis- para después acudir hasta la mesa de Paco Ródenas y que este me comentara algo sobre los autores elegidos, las historias que relataban, o el estado en que se encontraban las investigaciones históricas que compaginaba con su trabajo como bibliotecario -por las tardes- y encargado del archivo municipal -por las mañanas-.
Con brillo de nuevo o con cuarenta años sobre el lomo y la pátina del polvoriento olvido, cada libro tenía una fichita en la parte interior de la encuadernación y en ella venían las fechas de préstamo y las firmas de los usuarios por cuyas manos habían pasado -deliciosas e inocentes indiscreciones-; lo que permitía seguir las lecturas de conocidos, familiares y admiradas bellezas juveniles.
Entre las donaciones privadas destacaban unos curiosos manuales sobre masonería y -de una antigüa y desaparecida emisora de radio local- una extensa colección de singles de los años 60. Ambos -cada uno en su medida y sentido- supusieron descubrimientos de peso para mi tierno caletre, ya que "The Shadows" y los masones me mostraron caminos de mayor amplitud -y más largo recorrido- que los transitados hasta aquel momento por mi incipiente y hoy ya lejana adolescencia.
Ya de noche y hasta la madrugada, me hincaba -en imperfecto indicativo- ante el televisor para deglutir un programa fantástico: "La Clave". Aún recuerdo la impresión que me produjo Charlton Heston (con el caballo y la bella) al descubrir -con pasmo- el brazo de "la estatua" sobre la arena de la playa (ver "El Planeta de los Simios"). Memorables las posteriores tertulias de Balbín, su humeante pipa y los siempre interesantes invitados.
Nunca las mañanas de los sábados fueron tan soleadas, brillantes y prometedoras.
Un poco más tarde me dirigía a la biblioteca municipal para sumergirme en la trastienda y revolcarme en las historias que abarrotaban hasta el techo las combadas estanterías. Allí buscaba a ciegas durante un largo y placentero rato -leyendo párrafos, biografías y sinopsis- para después acudir hasta la mesa de Paco Ródenas y que este me comentara algo sobre los autores elegidos, las historias que relataban, o el estado en que se encontraban las investigaciones históricas que compaginaba con su trabajo como bibliotecario -por las tardes- y encargado del archivo municipal -por las mañanas-.
Con brillo de nuevo o con cuarenta años sobre el lomo y la pátina del polvoriento olvido, cada libro tenía una fichita en la parte interior de la encuadernación y en ella venían las fechas de préstamo y las firmas de los usuarios por cuyas manos habían pasado -deliciosas e inocentes indiscreciones-; lo que permitía seguir las lecturas de conocidos, familiares y admiradas bellezas juveniles.
Entre las donaciones privadas destacaban unos curiosos manuales sobre masonería y -de una antigüa y desaparecida emisora de radio local- una extensa colección de singles de los años 60. Ambos -cada uno en su medida y sentido- supusieron descubrimientos de peso para mi tierno caletre, ya que "The Shadows" y los masones me mostraron caminos de mayor amplitud -y más largo recorrido- que los transitados hasta aquel momento por mi incipiente y hoy ya lejana adolescencia.
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