Dice Herman Hesse algo así como que la totalidad del mundo es una unidad divina y que todo el sufrimiento, todo el mal, reside en que los individuos ya no nos consideramos una parte indivisible de ese TODO y concedemos excesiva importancia al Yo ...
Ante esto, que perfectamente podría llevar tatuado en el reverso de las orejas para que contemplado por todo el universo mundo fuera, en los días buenos no puedo más que asentir; pero resulta que también hay días regulares, malos... hasta insoportables. Y justo entonces es cuando vuelve el salvaje individualismo que me hizo sobrevivir a una infancia desastrosa, luego me sostuvo en aquella adolescencia confusa que a punto estuvo de acabar conmigo y finalmente me abandonó -en maldita la hora- cuando más confiado estaba en su apoyo incondicional.
Todo es llegar y salir los dos de juerga mental. Le cuento mis decepciones y luego hablamos de cómo serían las cosas si pudiéramos tomar decisiones que son imposibles de tomar. Brindis sin sol, sin copas y sin licor.
Cuando comento como he ido dejando en el camino casi todo lo que daba sentido a mi vida como individuo, me mira y dice que siempre hay tiempo y momento para dar un golpe de timón. Yo entonces le recuerdo su desaparición años atrás y le digo que ahí estuvo la oportunidad, pero que, solo y aturdido como estaba, no supe aprovechar la catártica oportunidad que el destino me presentaba. Él evita mirarme y habla de que cuando nos conocimos mi mayor aspiración consistía en convertirme en un cubo de basura.
Yo asiento con nostalgia. Después de todo no sé si he mejorado mucho en esos últimos veinte años.
Ante esto, que perfectamente podría llevar tatuado en el reverso de las orejas para que contemplado por todo el universo mundo fuera, en los días buenos no puedo más que asentir; pero resulta que también hay días regulares, malos... hasta insoportables. Y justo entonces es cuando vuelve el salvaje individualismo que me hizo sobrevivir a una infancia desastrosa, luego me sostuvo en aquella adolescencia confusa que a punto estuvo de acabar conmigo y finalmente me abandonó -en maldita la hora- cuando más confiado estaba en su apoyo incondicional.
Todo es llegar y salir los dos de juerga mental. Le cuento mis decepciones y luego hablamos de cómo serían las cosas si pudiéramos tomar decisiones que son imposibles de tomar. Brindis sin sol, sin copas y sin licor.
Cuando comento como he ido dejando en el camino casi todo lo que daba sentido a mi vida como individuo, me mira y dice que siempre hay tiempo y momento para dar un golpe de timón. Yo entonces le recuerdo su desaparición años atrás y le digo que ahí estuvo la oportunidad, pero que, solo y aturdido como estaba, no supe aprovechar la catártica oportunidad que el destino me presentaba. Él evita mirarme y habla de que cuando nos conocimos mi mayor aspiración consistía en convertirme en un cubo de basura.
Yo asiento con nostalgia. Después de todo no sé si he mejorado mucho en esos últimos veinte años.
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